En lógica, un argumento es un conjunto de proposiciones relacionadas entre sí, donde algunas se presentan como fundamentos para llegar a una idea final. Esta estructura consta de varios elementos esenciales, los cuales son: conceptos, proposiciones, premisas y conclusión. 

El primer elemento de un argumento es el concepto, el cual representa la idea mínima o básica dentro del pensamiento lógico. Un concepto es una imagen mental (o una abstracción) que abarca una clase de objetos o características. El concepto no emite juicios ni afirmaciones por sí mismo, sino que es una representación abstracta, como "humanidad", "verdad" o "rojo". Los conceptos son con lo que formamos ideas más complejas. Por sí solos, los conceptos no son ni verdaderos ni falsos, sería incorrecto decir -Rojo- y concluir que es verdadero, por lo que, los conceptos sirven como los bloques básicos que se combinan en proporciones.

Cuando estos conceptos se combinan para expresar un juicio completo, formamos una proposición. La proposición es una oración que puede ser juzgada como verdadera o falsa, y relaciona conceptos de una manera específica. Cada proposición tiene una estructura que incluye un sujeto (el "qué" o “quién” del enunciado) y un predicado (lo que se dice sobre el sujeto). Por ejemplo, la proposición "Todas las personas son mortales" contiene el concepto "personas" como sujeto y "mortales" como predicado, y establece una afirmación completa. Las proposiciones son esenciales en la lógica porque constituyen los enunciados sobre los que se basa todo argumento.

Dentro de un argumento, algunas proposiciones se presentan como premisas. Estas son proposiciones que se consideran verdaderas o que las suponemos para construir un razonamiento. Las premisas tienen el propósito de dar apoyo y base a la conclusión. Siguiendo con el ejemplo anterior, si tomamos "Todas las personas son mortales" como una premisa, esta proposición establece una afirmación que puede servir de fundamento para desarrollar un razonamiento en un argumento. Las premisas actúan como los puntos de partida y, en un argumento válido, deben estar vinculadas lógicamente con la conclusión.

Finalmente, la conclusión es la proposición final de un argumento, aquella que se pretende probar a partir de las premisas. Es el enunciado que se deduce del conjunto de proposiciones previas. Para que un argumento sea válido, la conclusión debe seguir de forma lógica las premisas. Por ejemplo, si añadimos la premisa “Sócrates es una persona” al ejemplo anterior, podemos concluir lógicamente que “Sócrates es mortal”. La conclusión es la meta del argumento; representa el enunciado que el argumentador busca demostrar y que, si el razonamiento es correcto, será verdadero siempre que las premisas también lo sean.

Para identificar si una proposición corresponde a las premisas o a la conclusión es necesario prestar mucha atención a lo que nos intenta comunicar un argumento, pues proposiciones como “Sócrates es mortal” y “Socrates es una persona” pueden ser tanto premisas como conclusiones, según qué otras proposiciones las acompañe. Por si solas, no podemos definirlas como una u otra, y aunque agreguemos la proposición “Las personas son mortales”, las proposiciones de las cuales partimos podrían ser perfectamente la conclusión de un argumento.